Ella estaba ahí, dispuesta para él, la vio, y su mirada se perdía en cada célula de su cuerpo.
Él había poseído a tantas otras, las tomaba cuando él quería y como quería, pero no más de una noche por cada una y después de esa noche nunca más las volvía a ver aunque quisiese. Podía elegir y satisfacerse con cada una, no le importaba si fueran altas, bajas, flacas, gordas, bonitas, feas, blancas, morenas, jóvenes, adultas, maduras, con mucho dinero y con no tanto, con algún cargo o con ninguno, con buena reputación o sin ella, casadas, viudas, divorciadas, con hijos, sin hijos, ateas o religiosas, fuese la que fuese ninguna le decía que no, y entre ellas él se sentía el hombre más afortunado del mundo.
Pero ella, ¡Oh! ella tenía algo que él no sabia explicar, tal vez era el perfume de su cuerpo, o el carmesí de sus labios... tomó entre sus brazos su cuerpo desnudo y la introdujo con suavidad a la tina, tenia para ella preparada agua con rosas y lavanda, lavó sus castaños cabellos largos ensortijados con tal suavidad y dedicación como jamás se los habían lavado, y cada rincón de su cuerpo, color marfil, era frotado con la delicada espuma de su esponja, se exitaba al ver el cuerpo frágil de su amada,(no tenía más de 20 años) la seco y la tomó nuevamente para colocarla en su pieza, seco sus cabellos y perfumo su cuerpo con aceites de rosas champagne lo colocaba de tal forma en sus manos para entibiarlo e ir aplicándolo en su cuello en sus senos endurecidos, e iba contando cada uno de sus lunares que ellos poseían tomaba su tiempo para masajearlos con sublime delicadeza, bajaba por la firmeza de abdomen,y en su sexo se detuvo a saborear la ternura de la inocencia, No había queja ni resistencia alguna, pero sabía bien que solo seria por esa noche y despues pasarían a buscarla como a las otras tantas, así que la hizo suya una y otra y otra vez, sería el primero y con certeza el último, ella fue, en ese corto momento, todas las mujeres que él deseaba tener. Amaneció junto a su amada de turno, había llegado la hora en la que vendrían a buscarla, pero no sin antes dejar de satisfacer su última corrida.
Cojio aquel corto vestido azul oscuro que estaba dentro de un bolso y se lo colocó, la peinó, maquilló sus labios de carmesí y calzó sus pies con aquellos zapatos plateados, ella ya estaba lista, la Cargó y la colocó en aquella cama bordada de seda blanca que hacía juego con su vestido y sus zapatos.
-Señor Cornelio, buenos días, ¿está lista mi hija?
-Si señora(cojio su muleta y la invitó a pasar) ella esta lista tal como la quiere usted.
-Esta linda.
-Si señora, esta linda, parece dormida, y es que aquí en "Spa del más allá" tratamos a sus muertos como si estuvieran vivos.
-Gracias.
-Gracias a usted.